jueves, 25 de enero de 2018

Un texto sobre el padre ausente !!!

Un texto sobre el padre ausente
de Ángeles Mastretta.
¿Es en junio o en julio el día del padre? 
Lo han de saber los inventores de la fecha. Cuando mi padre murió hace veintidós años no existía el día del padre, y desde que está muerto, yo festejo todos los días el día del padre. No le compro regalos, pero converso con el atisbo de sonrisa y la continua duda que hay en el gesto del retrato en que lo busco.
Me pregunto si habrá una edad en que las huérfanas dejen de buscar a su padre. Porque cualquiera está dispuesto a compadecerse de una niña, de una adolescente, hasta de una joven que ha perdido a su padre, pero una cuarentona con la orfandad a cuestas es más patética que conmovedora. No crean ustedes que no lo sé, pero tampoco crean que el saberlo me ha servido de algo. Toda yo, con todo y mis deseos y mis recuerdos, acudo como al agua al dolor de ser huérfana.
A veces voy por la calle cantando una canción o jugando con mis hijos a encontrar figuras en las nubes, y de repente ahí están, como en un sueño del que no gozan suficiente, un papá y una hija conversando de nada, una hija y un papá haciéndole al futuro un guiño al despedirse, un papá que lleva a su hija a comer fuera, una hija que acaricia la nuca de su padre vivo como un tesoro, un papá y una hija que no saben el lujo que es tenerse ni mal sueñan el precipicio de perderse.
Entonces me atormenta la más cruda envidia, la envidia que provocan quienes tienen papá y juegan o desperdician sin recato el placer de tenerlo.
Tener papá siendo adulto debe ser como andar por la vida bajo un paraguas inmenso, como poder caminar sobre el océano, como encontrar la olla de oro al final del arcoiris, como haber escrito ya las treinta novelas que me gustaría escribir.
No sé, pero hace mucho tiempo imagino que tener de vuelta al abuelo de mis hijos sería existir de otra manera y asirme a la existencia del modo más seguro en que uno puede asirse.
Tal vez la pena sería menos intensa y la pérdida más fácil de aceptar si yo hubiera acabado de hacer las cosas que las hijas deben hacer con sus padres, mejor dicho, si hubiera podido al menos empezar a decir las que mi torpe lengua de adolescente no llegó ni a pensar.
Yo tengo siempre a disposición de mis propios oídos o de quien quiera oírme, una larga serie de cosas que no dije y otra de cosas que no hice por mi padre. Habitualmente me las callo, pero a veces me salen en los momentos más impropios y agobio a gente que me mira con ganas de no volver a verme o a gente que pena penas mayores y por lo mismo tiene piedad de mí.
La penúltima vez que acudí al oculista, al terminar la revisión de rutina, el buen hombre tuvo la audaz idea de preguntarme aparte de mis ojos cómo me encontraba de salud general.
-Pues mire -le dije-, hace una hora que salí de mi casa, justo al cerrar la puerta, tuve la precisa sensación de que mi padre, que murió hace veinte años, había muerto hacía un minuto. De lo demás estoy bien.
El doctor me había visto dos veces antes de aquélla y hasta ese momento se había creído mi oculista, no el encargado de mi terapia psicoanalítica. De cualquier modo me puso la mano en el hombro y dijo:
-Me alegra que de lo demás esté bien.
No volví a visitarlo en cosa de año y medio. Nuestro siguiente encuentro pudo ser de rutina, sin embargo al verme en la antesala me abrevió la espera, me hizo pasar a su despacho y se sentó conmigo en uno de los sillones para los pacientes.
-¿Se acuerda de mi esposa?- preguntó-. ¿La señora que me ayudaba a llevar la consulta?
-Claro -le contesté, recordando la calidez de aquella mujer delgada y guapa.
-Murió de repente -me dijo, desde una tristeza como pregunta.
-Pobrecito -dije abrazándolo-. ¿De lo demás cómo está?
Luego nos miramos como dos viejos amigos y desde entonces somos amigos.
Así me pasa de pronto. Hace poco, en un restorán italiano, mientras tres músicos devastaban Torna Sorrento, solté mi desconsuelo sobre el spaguetti y aún no me recupero de la vergüenza que les hice pasar a mis escuchas. Hoy me encuentro con este puerto libre abierto al barco de mis recuentos y no creo que pueda callármelos. Sin embargo, tenemos todos la suerte de que puedo avisarlo a tiempo y el que no quiera ver cómo bajo mi carga, queda libre para irse a otra sección, sin necesidad de que intercambiemos disculpas.
Sigo entonces: de todo lo que no dije cuando aún se podía, ahora lamento antes que nada no haber dicho:
· Papá, no importa que no seas rico.
· Papá, ya entendí por qué no eres rico.
· Papá, cuéntame de la guerra, y de las otras cosas que te duelen.
· Papá, en un tiempo más no tendrás que mantenernos. No cometas la estupidez de morirte, porque el resto será la mejor parte. Será un premio la vida que te falta.
· Papá, tú mismo eres un premio, y yo sé de la fortuna que es tenerte.


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